Entrevista: “En calidad, nos miramos a los ojos con el compositor extranjero”

Entrevista: “En calidad, nos miramos a los ojos con el compositor extranjero”

20141019“En calidad, nos miramos a los ojos con el compositor extranjero”

Conversar con el catedrático de la Universidad de Costa Rica Marvin Camacho Villegas es enriquecedor por muchos factores. Su hablar sencillo ayuda a cualquiera entenderle, su conocimiento le eleva el nivel a su interlocutor y su humildad hace que cualquiera quiera adentrarse en los temas que se tocan, sin importar cuán intrincados sean.

Profesor, compositor, músico, escritor, expositor, en fin calidades y cualidades que le ayudan a llegarle a cualquiera, interesar al más escéptico e impulsar a quien ya decidió un camino a seguir, para continuar hacia esa meta elegida, aunque sea difícil, dura y llena de obstáculos.

Quizás sus raíces campesinas –nació en Barva en 1966–, el amor que tiene por la tierra y lo mucho que gusta de sembrar, le ayudan a que esas cualidades lejos de írsele a la cabeza, se le vayan al corazón, y por eso ama comunicar su conocimiento, enseñar sobre compositores nacionales y llevar su obra allá donde la deseen escuchar.

Hijo único de María Cecilia Camacho –madre soltera, su abuelo Antonio Camacho Arquedas (q.d.D.g) fue su figura paterna, y quien le enseñó a amar la tierra, cuidarla y sembrarla.

Por oír a su tía Olga cantar, cuando lavaba, empieza él también a hacerlo. Al escucharlo en la escuela de Barva, le hacen el cantante estrella para los actos escolares, ese su primer contacto con el arte e inicio de una gran carrera que está lejos de acabar.

La exministra de Cultura, Marina Volio (Gobierno Carazo Odio), podría ser llamada de alguna manera su “mecenas”, pues luego de escucharlo cantar en un acto en la Municipalidad de Barva, cuando apenas concluía sexto grado, le ofrece una beca para el Conservatorio Castella y hasta lo impulsa a presentar un recital con sus obras, el cual lleva a cabo un 9 de diciembre de 1981, con apenas 15 años.

¿Cómo fue su infancia?

-Jugando en las acequias, cafetales, pescando olominas, y recuerdo que mi abuelo me llevaba a la montaña a sacar lana para el portal, a las huertas que estaba trabajando y yo le ayudaba a sembrar. Siempre he dicho que si no hubiera sido músico, habría sido agrónomo.

¿Cuándo empieza a dejar esa vida para dedicarse al arte?

-Barva se vuelve un poco ajena a mí o yo ajeno a ella, como sea, a partir del 79, porque entro en una dinámica muy fuerte en el colegio, donde nos exigían toda la parte académica en la mañana y por la tarde tenía que asumir la parte musical y artística. Llevaba Música y Literatura, tanto así que he llegado a publicar música y literatura, y esa dinámica te consume. Salí del »cole» al teatro y ya más tarde con la Universidad.

¿Cuándo escribe su primera obra?

-A final del 79. Se llama “Recuerdos”, primero la hice para piano solo, y luego para chelo y piano. La hice con lapicero rojo, en el »cole» me dijeron que no se escribe con rojo ni con lapicero, sino con lápiz.

Lo hace en séptimo año, entonces, ¿cómo aprende a escribir música?

-En Brava había una maestra de Capilla, Teresita González de Salas, ella me pidió (tenía 9 años) que la ayudara en la misa, fui a cantar y luego ofreció darme clases de piano gratuitas, mi abuelo hizo el esfuerzo de comprarme un pianillo para practicar y ella me enseñó a leer música.

¿Cómo está el asunto con la poesía?

-En el Castella, debía escoger Plásticas o Literatura, y como en las Plásticas no funcionaba, escogí Literatura con Carmen Ugalde y Osvaldo Sauma, con ellos empiezo a estudiar y me comienzo a enamorar de la poesía. En el 82, Guillermo Sanz Paterson, que tenía una página de poesía en LA PRENSA LIBRE, publica una serie de poesías mías, yo con 16 años, se llamó “Poemas del silencio”.

¿Su primer libro?

-En 2004, publico mi primer libro poético que se llama “Amor y deseo” y luego de eso he publicado una serie de obras. Ahorita, estoy en una publicación que es narrativa, se llama “Las 10 memorias de Sibú”, diez cuentos míos basados en las historias de Sibú, historias indígenas.

¿Cómo se describe?

-Como los dos, 50-50, porque los complemento muy bien. Tanto así que mucha gente en música, musicólogos incluso, dice que es muy interesante la simbiosis que hago en las partituras, por ejemplo, el “Tedeum y Poema” que escribí para los 40 años del Coro Sinfónico –presentado hace más o menos un mes– con la Sinfónica y una solista, tiene momentos en que el coro se detiene, deja de cantar y empieza a hablar, y va narrando un poema de Jorge de Bravo “La Misa Buena”. Juego mucho con ese recurso, o sea, tomo los poemas y los inserto en obras musicales, ya sean cantados, o en algún momento alguien dice un poema o todo el coro lo hace.

Ahora, como formación, obviamente sí soy compositor, académicamente hablando.

Cuando estudió en la universidad, ¿tuvo tiempo de ser joven?

-Cada uno tiene su forma de ser joven, pero en medio de esta vorágine de cosas, la “U”, estudios y componer, lo hice sin dejar de ser joven. Creo que el tiempo es un mito, cuando alguien me dice que no tiene tiempo, conmigo se equivoca, porque yo le puedo demostrar cómo se hace el tiempo para todo.

¿Cómo eran sus Semanas Universitarias y sus visitas a los bares de la Calle –hoy de la Amargura-?

-Como son actualmente, fui parte de la Asociación de Estudiantes de Música y hubo veces que nos tocó organizar la Semana U, que eran fiestas terribles, porque corría el guaro por el campus. Sí me emborraché en Semana U y tuve que ir a parar a la oficina de la Asociación, a ver cómo me reponía.

Para ser “bueno”, ¿es necesario renunciar al resto de la vida?

– No, creo que para ser bueno hay que disfrutar el resto de la vida, más bien… uno no puede dejar de vivir la experiencia de la vida renunciando a cosas, claro que implica sacrificios, disciplina, que de pronto no se acuesta usted a las 8 de la noche, como sucedía en esa época, no, usted terminaba a las 11o12 de la noche, estudiando, haciendo trabajos, escribiendo una obra que había que entregar y se levantaba a las 5 de la mañana.

¿Es duro?

-Yo viví mucho en casa de Lenin Garrido, y pasábamos la noche estudiando y amanecíamos estudiando, pero luego también había tiempo para la fiesta. Si se renuncia a cosas de la vida, se renuncia a tener una perspectiva más amplia de lo que significa vivir.

¿Debió renunciar a algo?

-Como renunciar no, era reacomodar, reacomodar horarios, cosas y tener un tiempo bien organizado para que me rindiera. En la “U”, llevaba la carrera de Composición y Ciencia Musical, además, mi vida estaba supeditada a la universidad.

En el país ¿es competitiva la composición?

-Hablaré de la música académica, que es lo que me toca, conocida por la gente como música clásica. Obviamente, es un ámbito competitivo. En el caso de la composición, en este momento, estamos profesionalmente unos 10 compositores muy activos, luego hay un montón de jóvenes que vienen atrás, una generación nueva de unos 15 compositores.

Los que estamos en este momento todos venimos de una formación, todos tenemos una historia, hemos sido premiados aquí o afuera, y eso ha formado o provocado que esa competitividad sana esté presente a lo largo de nuestra formación, y sigue presente porque la formación no se acaba hasta que usted se vaya de aquí.

¿Es competencia ganar el Premio Nacional de Música?

-No, es reconocimiento a una obra de un año. El Aquileo J. Echeverría, premio de Composición Nacional que da el Ministerio de Cultura, el oficial, se considera el reconocimiento máximo que da el país, pero es claro responde a una obra de un año, o sea, a una obra que destaca en ese año. En mi caso, en el 97 me lo dan por “Humanidades”, obra para coro solista y orquesta; en el 2012, por el concierto para piano y orquesta, el “Iniciático”, pero no veo que sea la media de la competencia. Si fuera el Magón, sería otra historia, porque ahí se habla de una vida, de una obra de vida.

¿Tienen algo de comercial su obra y la de esos diez compositores?

-No, porque no es una obra que se saque para hacer dinero. Se hace porque hay un compromiso de vida del compositor, hay un credo en un lenguaje que no es del común denominador, hay un presentar de una obra que no todo el mundo la escucha, porque no suena en la radio.

¿Ha querido meterse en alguna producción comercial?

-No, porque no es mi lenguaje, y cuando se me ha ofrecido lo he rechazado.

¿Cuál es su obra preferida?

-En los últimos cinco años, el Concierto Iniciático para piano y orquesta. Ese concierto lo hicimos dos veces en Costa Rica, el año pasado en La Habana con la Sinfónica Nacional de Cuba y se está planeando para el año entrante en México.

¿Cuál es la que menos le gusta?

-Ninguna, porque todas son como hijos. Diría que cada uno compone en su momento histórico, lo que siente en ese momento y en esa edad. Luego uno dice a los años: ¿cómo yo escribí eso? y ¿cómo a la gente le gusta?, que es lo peor… (risas).

¿Su poesía preferida?

-“Introspección”, un poema que escribí hace muchos años para un espectáculo en el Teatro Nacional, que se llamaba “Música y Poesía de Marvin Camacho”. Todo el espectáculo salió con ese tema, es una introspección, para mí fue la que más me llegó. Mira para adentro, pero para decir cosas que veo afuera.

¿Cuál es su opinión sobre la música académica costarricense?

-Hoy por hoy tiene un gran nivel, diría que ha alcanzado niveles más allá de lo que hubiéramos imaginado hace unos 10 años, por la formación de la que hablábamos. Segundo, es música de muy alta calidad.

¿Estamos en una época dorada?

-Diría que es un proceso que está dando fruto, aquí se ha sembrado calidad, coherencia, proceso y estamos viendo los resultados de eso.

¿Quien lleva la batuta?

-Todos, porque la construcción del país la hacemos todos. Sería muy egoísta y hasta ególatra decir que la Universidad de Costa Rica es la que lleva la batuta, no. La batuta la llevamos entre todos, porque todos tenemos lenguajes diferentes que aportar. La UCR tiene su forma de hacerlo; la UNA, la suya; el Instituto Nacional de Artes está produciendo tremendos pianistas niños y jóvenes, tiene su forma de hacerlo; el centro nacional de la Música, lo que llamamos Sinfónica Nacional, tiene su forma de hacerlo; y cada uno está aportando y aportando en diferentes líneas. O sea, al final la suma se llama Costa Rica y eso es lo importante.

¿Cómo estamos frente a los demás países?

-Si hablamos de calidad, nos vemos a los ojos. Si hablamos de recursos, en muchos casos hay que verlos para arriba, pero también es relativo, pues Centroamérica ve para arriba viéndonos a nosotros.

En cuanto a promoción, divulgación, en cuanto a marketing, todos vemos para arriba a EE.UU.

Eso sí, hay que dejar en claro que seguimos aprendiendo, porque debemos aprender de lo que están haciendo ellos; por ejemplo, los cubanos, que corresponden calidad con cantidad.

¿Existe miedo en el artista?

-El artista cuando escribe lo hace comprometido consigo mismo, primero. Lo que resulta posterior está fuera de sus manos, vea que Van Gogh pintó siempre a su forma, pensamiento y estilo, y no vendió nada; la gran pregunta es si Van Gogh se hubiera cuestionado si era exitoso, ¿deja de pintar? Porque en arte sucede que estamos comprometidos. No importa de lo que sea, si está comprometido con lo suyo lo va a hacer honestamente, entonces, el miedo a que le guste o no a la gente, no sé. Tengo muy claro que no escribo para la gente, escribo para mí y para compartirlo después, pero en ese compartir espero que si a la gente le llegó, tiene algo que va más allá, de lo cual el compositor no tiene conciencia.

¿Piensa en el trascender?

-Creo que todos los seres humanos lo primero que pensamos es que no morimos, creo que ningún ser humano ha aceptado que muerte.

En lo personal no lo he pensado, Marvin Camacho escribe su obra porque la siente, porque le gusta, porque la necesita, porque es una necesidad para mí decirlo, hacerlo… Si el día de mañana eso trascendió… genial. Al final, les digo mucho a mis estudiantes “desde el momento en que usted escribe una obra y la saca al público, dejó de ser suya, esa obra lleva su nombre sí, es lo único suyo ahí, fuera de eso, ella empieza a caminar sola”.

¿Cuántas obras?

-No lo recuerdo, son más de 200.

¿Libros?

-“Amor y deseo”, “Las memorias de Sibú”. Luego he publicado poesías, por ejemplo “El Mono a cuadros”, que me dedicó el periodista Armando Rodríguez Ballestero colombiano, el hizo una escogencia de poemas míos y luego se han incluido poemas en distintos libros, artículos en revistas, pero eso es más de especialización.

¿Sobre qué versan sus charlas?

-Soy muy fiel a que la música no puede hablar solo de usted, entonces, las que he dado internacionalmente, versan sobre la música costarricense académica contemporánea: qué esta pasando en la musica; quién es Eddy Mora, Alejandro Cardona, Marco Antonio Quesada, Otto Castro, Carlos Castro; quién es cada uno de los compositores costarricenses más o menos conocidos, pero que ahí están produciendo su obra. Generalmente, sobre el quehacer musical del país. Después, doy clases a chicos sobre la obra de Marvin Camacho, ¿por qué? porque les interesa.

Si pudiera cambiar algo de su vida, ¿lo cambiaría?

-Sí, ser más joven, para con la madurez que tengo a los 48 años de edad, tratar de abarcar más, pero vamos, ya eso no se puede, ahora se debe hacer con lo que nos queda.

Fuente: La Prensa Libre